sábado, 8 de octubre de 2011

Mirada al ayer.


Uno de los matadores de toros más importantes que ha dado Aragón en los últimos tiempos, el alagonés Luis Antonio Gaspar "Paulita", decidía hace exactamente 10 años poner fin a su carrera como novillero con picadores, encerrándose en solitario en la Plaza de Toros de Zaragoza con una novillada de la ganadería Los Maños. La tarde dejó para el recuerdo esta foto, "Paulita" y José María Gallego, mayoral de la ganadería maña, saliendo a hombros por la Puerta Grande del coso de La Misericordia. El torero aragonés, volvería a repetir Puerta Grande días después, en el día de su alternativa.
Esta es la crónica que firmó Ángel G. Abad en ABC:
Paulita se sobrepone al dolor hasta abrir la puerta grande.
La tarde fue de intensos contrastes. De la decepción de los tres primeros novillos en los que Paulita no acabó de entrar en la corrida, se pasó a la emoción del buen toreo que protagonizó en las faenas del cuarto y quinto, y de ahí al dramatismo de la cogida que sufrió al instrumentar un ayudado a este novillo. En un instante, la gloria se tornó en dolor. Paulita, que se había venido arriba y estaba toreando con sabor, con torería y firmeza, quedó hecho un pelele. Dolorido, conmocionado, sin apenas poder andar, arrastrando la pierna derecha, se empeñó en matar al excelente animal de la ganadería de Vistahermosa, la reserva aragonesa del encaste Santa Coloma, que triunfó por segundo año consecutivo en el Pilar.
Entre una cerrada ovación pasó a la enfermería. Todos hacían gestos al presidente de que esperara, que el torero aragonés iba a salir a matar al sexto. Renqueante por la fuerte paliza recibida, aunque afortunadamente sin cornada, volvió a torear de primor. Jugando los brazos y quedándose muy quieto. Cortó una oreja que le abrió la puerta grande y por ella se fue para volver a las manos de los médicos que deberán decidir sobre la cita que el aragonés tiene el jueves junto a Joselito y Ponce en la anunciada alternativa.
El gesto del bravo torero, la difícil apuesta, acabó en gesta. Cortó dos orejas que podían haber sido cinco si acierta con la espada en los tres últimos novillos. Por encima de todo, incluso del dolor por la paliza, en la arena dejó muletazos para el recuerdo y la huella de un buen torero.